jueves, 19 de mayo de 2011

RAYUELA - Capítulo 68, Julio Cortázar.

RAYUELA - CAPÍTULO 68
JULIO CORTÁZAR

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

* Basado en el poema Rayuela - Capítulo 68. Julio Cortázar.

Apenas él le agarraba el cabello, a ella se le aceleraba el corazón y juntos caían en campos de bellas flores, en salvajes bosques, en sabanas exasperantes. Cada vez que él procuraba reclamar las bellas rosas rojas para ella, se enredaba en un campo de espinas quejumbroso y tenía que adentrarse de cara al campo, sintiendo cómo poco a poco las espinas se enterraban en su cuerpo, se iban enterrando, cada vez eran más, hasta quedar tendido como el león de la selva al que se le ha lanzado dardos con anestesia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tronaba los dedos impaciente, consintiendo en que él aproximara suavemente sus labios. Apenas se abrazaban, algo como un velo los cuidaba, los juntaba y hacía que sintieran lo que pasaba, de pronto era el gran beso, la escalofriante manera de las caricias, la envolvente ilimitante del sentimiento, los intervalos de movimiento en una sobrehumana parada del tiempo. ¡Amor! ¡Amor! Posados en la cima del cielo, se sentían colapsar en deseo, perdidos y manipulados. Temblaba el cuerpo, se vencían las limitantes, y todo se resolvía en un profundo sexo, en naciente de amor verdadero, en caricias casi crueles que los apoderaban hasta el límite de las mareas.




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